En el presente sólo podemos elegir. Los efectos de la elección se observan cuando el futuro se convierte en presente. Ante una Novedad jamás se yerra. Cometemos el error cuando no aprendemos de la experiencia.
1. Cambio de la percepción: Pasar de una visión materialista del universo a una visión integral y espiritual de la vida y la materia.
2. Tiempo: Dejar de vivir preocupados por e l mañana o de vivir de los recuerdos y aprender a estar presente y vivir del ahora.
3. Sueño: La mala calidad de sueño acelera el envejecimiento. Lo que importa no es la cantidad, sino la calidad del sueño. La medicina ayurvédica aconseja acostarse sobre las 10:00 de la noche. Estas dos horas antes de la medianoche tienen un efecto reparador mucho mayor que las 6 horas siguientes. Es bueno dormir unas 8 horas y no excederse, si no se obtiene el efecto contrario, debilita.
4. Vigila tu alimentación: De acuerdo con el Ayurveda, el cuerpo se siente satisfecho y en equilibrio cuando tiene acceso a los seis sabores básicos (astringente, dulce, amargo, salado, agrio y picante). Los alimentos deben ser lo más frescos y naturales posibles, porque así aportan mayor cantidad de prana o energía. Además, se deben tomar suplementos nutricionales (multivitamínicos con minerales), ya que aunque tengamos una buena dieta, los necesitamos debido a la gran cantidad de toxinas y de tensiones a las que estamos expuestos diariamente.
5. Haz deporte: El yoga, el tai-chi o cualquier deporte que nos mantenga activos será bueno para recuperar la relación mente-cuerpo. La mejor forma de integración de ambos es a través de la respiración consciente, que facilita el movimiento energético de lo físico a lo mental.
6. Aprovecharse de los beneficios del Sol. Mirarlo, tomar baños de Sol, etc. Contrariamente a lo que dicen las empresas que venden protectores solares el cuerpo, hay más enfermedades de la piel en países donde casi no sale el Sol.
7. Eliminar las toxinas: Se deben eliminar las drogas, el alcohol y el humo del cigarrillo, pero también las toxinas emocionales, como miedo, depresión, culpa, enojo e ira, que actúan al nivel del cuerpo sutil. Desintoxica tu hígado, riñones y colon habitualmente.
8. Amor: Dar y recibir amor estimula el sistema inmunológico. Los tres niveles en que se expresa el amor son verbal (”te quiero”), atencional (escuchar al otro ininterrumpidamente) y afectivo (tocar, acariciar).
9. Creatividad: Aplica tu creatividad. Pinta, escribe, cocina, canta, etc, pero expresa tu creatividad de un modo libre y natural.
Al acabar esta semana, si tuviera que resumirla, diría que sólo veo pentagramas, notas musicales por doquier y el idioma de Göethe... y es que ayer terminó una fase de conciertos con el tema del Requiem Alemán, de Johannes Brahms.
En mis frecuentes colaboraciones con el Orfeón Pamplonés, suelo participar en conciertos en los que, por necesidades numéricas vocales, se suele echar mano, tradicionalmente, de elementos que refuerzan el coro base.
Y éste ha sido el caso, al preparar el Orfeón, de la mano del maestro Igor Ijurra (buen músico y mejor persona), dos conciertos con la Orquesta Sinfónica de Bilbao, para el jueves 7 y el viernes 8 pasados, en el Palacio "Euskalduna" de Bilbao, con los solistas Marta Matheu (soprano) y Detlef Roth (barítono), todos bajo la dirección del maestro Günter Neuhold.
Una de las expresiones que se suelen oír en este mundo es "¡qué dura es la vida del artista!". Y yo añadiría que, sobre todo, cuando no lo es de forma profesional. Me explico con este mismo ejemplo: para estos conciertos, tanto la orquesta como los solistas, como el maestro director, no tenían otro menester, "otro pito que tocar", que gozar con la sublime música de Brahms. Pero para el coro, la cosa ha sido más bien distinta...
Se da la curiosidad de que el Orfeón Pamplonés es un coro amateur, aficionado..., pero que genera un trabajo profesional, con resultados equiparables a esa categoría en la que viven los más aventajados intérpretes musicales...
Conclusión: que tras el turno de trabajo consiguiente (teniendo que cambiar turnos para poder cumplir con los horarios de ensayos y conciertos...), dejar apañada la familia (sobretodo en el caso de mis compañeras, que llevan a su cargo el buen funcionar de dicho organigrama), lidiar con los posibles achaques (en estos días, sin pretenderlo, he sido testigo de unas cuantas situaciones de lumbalgias y otras lindezas entre el personal cantante), han decidido cumplir sus compromisos con la entidad musical y prestarse, con humor y moral a prueba de bomba, a dos horas de autobús, ensayo y vuelta en autobús, bocadillo en mano, para llegar pasada la medianoche a casa..., de martes a viernes. En los días de los conciertos (jueves y viernes), con algo más de tensión, si cabe, por la propia responsabilidad de la actuación.
Yo, habitualmente, en mi vida cotidiana, no suelo tener mucha relación social, entre mis estadas en la consulta y el tiempo dedicado frente a esta máquina..., y estas experiencias las aprovecho conscientemente para tomar información de primera mano de cómo marcha la sociedad de a pie.
A este colectivo pertenecen personas de lo más variopinto: parados, amas de casa, profesionales de diversos ámbitos, obreros, empresarios, policías y otros funcionarios, estudiantes, jubilados y prejubilados... Y, en esas horas de convivencia forzada, además de superficialidades y diálogos fáciles, también hay ocasión de entablar conversaciones más profundas, y de ver cómo están ganado terreno los smartphones de cualquier tipo..., constatables, sobresalientes en la oscuridad del ambiente nocturno de un autobús...
Expresar lo que se siente al interpretar una música de la exquisitez de este Requiem Alemás de Johannes Brahms no es fácil. Emociones diversas, intensidad, dulzura, esperanza ante el devenir de la muerte... En fin, si tenéis oportunidad de escucharlo, no lo dudéis...
Gracias Orfeón por hacerme partícipe de vuestros trabajos; aunque, a la hora de escribir estas letras, esté siendo consciente del cansancio físico y vocal que genera semejante ritmo de actividad, sobre todo cuando tengo por delante otros compromisos musicales... Pero, aun y todo, merece la pena acompañaros en vuestra experiencias. Es una gozada.
Esta es mi percepción, Si eres infeliz, encontrarás a alguien que es infeliz. La gente infeliz se siente atraída por la gente infeliz. Y está bien, es natural. Está bien que la gente infeliz no se sienta atraída por la gente feliz; de lo contrario, destruiría su felicidad. Está perfectamente bien. Sólo la gente feliz se siente atraída por la gente feliz.
Sólo una persona amorosa – alguien que ya es amoroso – es capaz de encontrar la pareja adecuada.
Los iguales se atraen. Las personas inteligentes se sienten atraídas entre sí; las personas estúpidas se atraen mutuamente. Te conectas con personas de tu mismo nivel. Así que lo primero que hay que recordar es: una relación que se ha originado en la infelicidad se volverá amarga. Primero sé feliz, alegre, celebra y sólo entonces encontrarás otra alma que esté celebrando y habrá un encuentro de dos almas bailando juntas y una danza maravillosa surgirá de ahí.
No pidas una relación debido a tu soledad, no
De ser así, te estarás moviendo en la dirección equivocada. Entonces estarás utilizando a la otra persona y estarás siendo utilizado por ella . ¡Y a nadie le gusta ser utilizado!. Cada individuo es un fin en sí mismo. El utilizar a alguien es inmoral. Primero aprende a estar solo. La meditación es una forma de estar solo.
Si eres capaz de ser feliz cuando estás solo, habrás encontrado el secreto de la felicidad. Entonces serás capaz de ser feliz en pareja. Si eres feliz, entonces tendrás algo que dar, que compartir. Porque cuando das, también recibes; no al contrario. Entonces surge la necesidad de amar a alguien.
Normalmente tienes la necesidad de ser amado por alguien. Es una necesidad equivocada también. Es una necesidad infantil; denota tu inmadurez. Es la actitud de un niño.
Nace un niño. Naturalmente, el niño no puede amar a su madre; no sabe qué es el amor y no sabe quién es su madre ni quién es su padre. Está absolutamente indefenso. Su ser no está todavía integrado; no está formado, no es uno todavía. Es sólo un potencial. La madre tiene que amarlo, el padre tiene que amarlo, toda la familia ha de volcar su amor en él. Ahora él aprende algo: que todos deben amarlo. Él nunca aprende que debe amar. Ahora el niño crecerá, y si permanece estancado en esta actitud de que todos deben amarle, sufrirá por el resto de su vida. Su cuerpo habrá crecido, pero su mente permanecerá inmadura.
Una persona madura es aquella que descubre su otra necesidad: la necesidad de amar a alguien. La necesidad de ser amado es infantil, inmadura. La necesidad de amar es madura. Y cuando estás listo para amar a alguien, sólo entonces, puede surgir una relación bella.
¿Es posible que dos personas en una relación amorosa se dañen mutuamente?» Si, de hecho es lo que está ocurriendo en todo el planeta. El «ser bueno» es muy difícil. Ni siquiera eres capaz de ser bueno contigo mismo. ¿Cómo vas entonces a ser bueno con alguien más? ¡Ni siquiera eres capaz de amarte a ti mismo! ¿Cómo vas a amar a otro? Primero aprende a amarte, aprende a ser bueno contigo mismo.
Tus «santos religiosos» te han enseñado a no amarte, a no ser bueno contigo mismo. ¡Sé duro contigo! Te han enseñado a ser blando con los demás y estricto contigo mismo. Esto es absurdo. Yo te enseño que lo primero y más importante es ser amoroso contigo mismo. No seas duro, sé blando. Cuida de ti mismo. Aprende a perdonarte — una y otra y otra vez — siete veces, setenta y siete veces, setecientas setenta y siete veces. Aprende a perdonarte. No seas duro; no te enfrentes contigo mismo. Y así florecerás.
En ese florecimiento atraerás a otra flor. Es natural. Las piedras atraen a las piedras; las flores atraen a las flores. Entonces se crea una relación bella, con gracia. Si puedes entablar una relación así, tu relación crecerá, se convertirá en una oración; tu amor se convertirá en éxtasis y a través del amor conocerás lo divino.
Si comprendes quién eres y te respetas, las críticas no te supondrán ningún problema sino que te brindarán la oportunidad de volverte una persona mejor.
Cuando te sientes imperfecto o inseguro, la crítica es como una amenaza y crees que debes defenderte. Cuando te sientes seguro, no perfecto sino seguro, puedes escuchar las críticas y tener en cuenta su valor.
Puedes decir, "lo siento", y "gracias por abrillantar mi espejo". Y cuando sea conveniente, podrás aprender de las críticas y mejorar tu conducta. Digo cuando sea apropiado porque hay personas a las que les encanta encontrar defectos en otros. Ése es su problema...
Recuerda que todos somos lienzos en blanco. Si presentas un lienzo en blanco como tu obra de arte, no te pondrán buena nota.
Pero la creación empieza cuando comienzas a trabajar, sobre todo si consideras el lienzo en blanco una oportunidad de expresar tu talento y no una posibilidad de fracasar. Y recuerda que el lienzo no se termina mientras dura la vida.
Cuando nos encontramos fluyendo en la dirección incorrecta, es más fácil pensar en quién tiene la culpa, que cambiar de dirección. Piensa en ello. Imagina que tomas un tren y tan pronto como sale de la estación te das cuenta de que va en dirección equivocada.
¿Te enfadas y echas la culpa al tren o reconoces tu error, te bajas en la primera estación y cambias de andén para tomar el correcto?
Culpar a los demás de nuestra pérdida de rumbo es tentador. Recibimos mucha información sobre la vida pero poca educación de la vida por parte de nuestros padres, maestros y otras figuras de autoridad, que por su experiencia saben más de ella.
La información se basa en los hechos, la educación en la sabiduría y el conocimiento de cómo amar y cómo sobrevivir.
Pero, por más consejos que te den, eres tú quién decide que tren tomar. Mientras recorres la vida, presta atención a los indicadores y las estaciones.
Si no te gusta lo que ves, tira del freno de emergencia y bájate del tren. No hay otro interventor que lo haga por ti ni tienes que pedir permiso a nadie para hacerlo.
Es tu vida, tu viaje, el que tú mismo conduces. Cada uno sabe si lleva su propio timón, cada uno sabe en qué clase está viajando.
¿Autor?
Que estés bien, que tengas un muy buen fin de semana, hoy solamente deseo que podamos convertir esta jornada de vida... “en nuestro mejor viaje”.
Se siempre Descaradamente Feliz
Ricardo Daniel Arias
Mar del Plata - Argentina
Usa siempre tu discernimiento Escucha tu corazón al leer un mensaje. Solo lee los mensajes que te hagan vibrar. Si algún mensaje te molestara sólo deséchalo. Sigue tu verdad interna. Bendícelo y compártelo.
Posted by jose manuel romero lopez on 9 March, 2013
Los dientes representan nuestra capacidad para expresar lo que pensamos y nuestra manera de “afirmarnos” o de “morder” en la vida. Morder es un acto de agresividad, de poder, una toma de posesión.
“No consigo decir lo que tengo en la cabeza”.
“No soy capaz de afirmarme o alguien me impide afirmarme”.
Una mala dentadura es señal de una agresividad contenida y de escasa vitalidad. Quien la padece evita los conflictos y carece de la capacidad de “hincarle el diente” a un problema. Le falta empuje para abrirse camino en la vida (“enseñar los dientes”) ya que se siente impotente e incapaz de defenderse. Conflicto de desvalorización por “no poder morder”. Podría morder, soy capaz de hacerlo, pero no tengo derecho a hacerlo, “me han educado demasiado bien”. Conflicto de desvalorización “por no poder, por no ser capaz de morder”, porque uno se siente más débil.
Otros problemas dentales están relacionados con nuestras dificultades para “ir hacia delante”, para tomar decisiones y eliminar los obstáculos que nos impiden avanzar.
La carie dental es la manifestación de un dolor interior profundo. Algo me roe hasta lo más hondo de mi ser, quizás porque no hemos sabido expresar a tiempo las palabras que deberíamos haber dicho o por no haber tomado la decisión adecuada en el momento oportuno.
Hemos vivido una situación en la que teníamos el deseo de “morder” a alguien y no lo hemos hecho porque “un niño bien educado no hace este tipo de cosas”. O bien debido a un conflicto de desvalorización al no poder o al no ser capaz de morder por sentirnos demasiado débil. De este modo nos bloqueamos y no podemos actuar ni manifestar nuestros deseos.
Las caries también nos indican que tomamos la vida demasiado en serio y que nos impedimos reír.
Dolor de muelas: Conflicto de querer atrapar el pedazo y no poder hacerlo. Ejemplo: desear comer algo y no permitírselo para no engordar.
Pulpa de los dientes: “No está permitido alimentar mi agresividad”.
Bruxismo o rechinar los dientes: El rechinar de dientes expresa una ira inconsciente que aflora a la superficie, una rabia reprimida que se expresa frecuentemente de noche. Como no consigo tomar decisiones claras y precisas, el rechinar de dientes es la expresión física de mi tristeza y de mi agresividad reprimida. “Me niego el placer”.
Recomendaciones para recuperar la salud física, emocional y espiritual:
Debemos aprender a expresar hacia el exterior toda la ira que tenemos contenida. Debemos aprender a ver y a aceptar las situaciones de la vida tal como son, desarrollando así nuestra capacidad para discernir y aceptar los puntos de vista de los demás. Y, fundamentalmente, debemos emprender las acciones necesarias para materializar nuestros deseos.
También nos ayudaría mucho desarrollar nuestra capacidad para reírnos de nosotros mismos y tratar de ver siempre el lado divertido de la vida.
Así como concedernos permiso para defendernos, para abrirnos paso y acometer la vida.
Extraído de mi libro CONOCERNOS ¿qué nos quiere decir el cuerpo con la enfermedad?
A lo lejos, el mar se veía en calma a esa hora de la tarde. La brisa fresca nos traía aromas familiares, aroma de pescadores, de naturaleza virgen, de mar infinito. A medida que nos acercábamos al lugar acostumbrado, Sócrates apuraba el paso.
Nos dirigíamos, los dos, al peñasco de siempre. Siempre nos sentábamos a su sombra, alejados del bullicio del Pireo, en plena actividad al otro lado de la bahía. En nuestro refugio, a cielo abierto, junto al mar eterno, el ruido de las olas era un rumor agradable.
Allí se podía conversar con tranquilidad, además, las rocas que sobresalían de la arena, parecían asientos dispuestos a propósito para nuestros encuentros. Estuvimos contemplando el horizonte por un tiempo. A esa hora, la media tarde, los rojizos tonos de la puesta del sol, comenzaban a insinuarse, cosa que a Sócrates le agradaba particularmente.
El graznido de una gaviota sacó a Sócrates de su contemplación silenciosa. Aproveché para empezar el diálogo con una pregunta:
—Dime Sócrates ¿Cómo puedo dejar de golpear cosas?. Sócrates me miró desconcertado.
—Aclara tu pregunta porque yo también siempre ando golpeando cosas y creo que no se podría vivir sin hacerlo ¿A qué tipos de golpes te refieres? ¿Qué o quiénes reciben esos golpes?
—Es cierto, ahora que lo dices, yo no podría ni empezar una rueda sin dar golpes. Como bien sabes, mi oficio de carpintero necesita de bastantes golpes bien dados antes de acabar una obra. Pero no me refiero a los golpes necesarios, golpes en la dura madera o en el hierro de los herrajes, no. Pasa que a veces las cosas no salen como las tenía en la mente y entonces me pongo como loco y doy unos golpes contra la obra casi terminada que, en vez de mejorar la cosa, la empeoran. A esos golpes me refiero, golpes inoportunos y destructivos. Quiero librarme de ellos.
— ¿De modo que cuando las cosas no te salen, te salen unos golpes que destruyen en vez de construir?.
— Eso, Sócrates.
— Además, ¿quieres dejar de padecer esa manera de proceder?
— Así es, Sócrates.
— Una solución sería no cometer errores, pero sabemos que eso es imposible. En cualquier oficio, realizando cualquier obra, se cometen errores. Pero volviendo a los golpes inoportunos, mi amigo Simón, el zapatero, que vive a la vuelta de tu casa, me cuenta algo parecido: ya ha roto varios pares de zapatos casi cuando estaban para entregar.
—Parece que no soy yo el único poseído por ese tipo de dios colérico.
—No son cosas de dioses, son cosas totalmente humanas y que pueden cambiarse.
—¿Cómo Sócrates?.
Contesté interesado y sorprendido ante la afirmación sobre cosas humanas y no de dioses, como usualmente yo pensaba.
Las nubes ya coloreaban de suave carmín las olas de la playa. La brisa comenzaba a ser más fresca anunciando el fresco de la noche. Pero seguíamos allí y lo veía a Sócrates, mi amado maestro, tan interesado como yo, en tratar el problema de los golpes.
—Veamos. La cuestión es no tener esos arranques de cólera cuando las cosas no salen como las pensábamos. Cólera que traduce en golpes al motivo de esa cólera: la obra en marcha, o casi terminada. Y dime, ¿ Cómo te gustaría reaccionar cuando las cosas no salen?.
Preguntó el maestro, a lo cual respondí: —La verdad, Sócrates, no he pensado mucho en ello, sólo he pensado en que no vuelvan a aparecer.
—Pero allí tienes algo que te gustaría que pase.
—No entiendo, Sócrates.
— Cuando tú dices que no te gustaría que vuelvan esas reacciones, te estás refiriendo a permanecer en el mismo estado de tranquilidad con que llegaste hasta allí, ¿cierto?.
—Cierto, Sócrates.
—De modo que allí tenemos un modelo al que tender, una meta a la que llegar. Se podría enunciar así: "pase lo que pase, cometa yo el error que cometa, seguiré igual de tranquilo", ¿lo entiendes ahora?
—Lo entiendo Sócrates, pero ¿cómo hacer para mantener esa tranquilidad?.
—Dime, en tu juventud, cuando aprendías el oficio,¿también te enseñaron esa manera de proceder cuando las cosas no salen bien?
—No, Sócrates. Eso lo puse de mi propia experiencia.
—¿De modo que no es algo relacionado con tu oficio?
—Cierto.
—Ese tipo de reacciones son parte de la vida común, de los modos en que resolvemos cualquier tipo de situación y no solamente se presentan cuando fabricamos algo. ¿Estás de acuerdo conmigo?
—De acuerdo, totalmente, Sócrates. Es más, ahora que lo dices, muchas veces he golpeado la puerta de mi casa sin que ella tenga la culpa de nada.
—Y dime, ¿habías pensado de esta manera las cosas?
—La verdad, Sócrates, no. No me detengo mucho a pensar en las cosas que me pasan dentro de la cabeza. Me interesa hacer buenos muebles o buenas reparaciones para que los clientes paguen lo que les pido, se vayan contentos y vuelvan.
—Dices que no te interesan las cosas que pasan dentro de tu cabeza. Dime ¿naciste sabiendo el oficio de carpintero?
—¡Por Zeus!, Ciertamente no, Sócrates.
—¿Crees que Simón nació siendo zapatero?
—Creo que no, Sócrates.
—¿Y cómo aprendiste a ser carpintero?
— Bueno, resumidamente, durante mi juventud trabajé como ayudante en un taller, pregunté cómo se hacían las cosas, me equivoqué muchas veces hasta que al fin me permitieron poner un taller propio.
—De modo que hubo algunas habilidades que no tenías y que debiste aprender?
—Así es, Sócrates.
— Y esas habilidades, ¿dónde se alojan?
—En mi cabeza, supongo.
—Y cuando tienes que emplear alguna estrategia para tratar cierto tipo de madera ¿de dónde sacas ese conocimiento?
—De mi cabeza, Sócrates.
—Es decir que buscas en tu interior, piensas en tu interior.
—Es cierto.
— De modo que a veces te detienes a pensar en lo que tienes dentro de la cabeza. ¿No es así?
—Parece que en lo relacionado a mi trabajo, así es.
—¿Y por qué no haces lo mismo con todos los saberes y habilidades que necesitas para las cosas de todos los días?
—Quizás no se pueda, quizás los dioses no lo permiten, Sócrates.
—¡No pongas a los Dioses como excusa!. Tronó Sócrates. Con timidez dije:
—Bueno, quizás sea falta de costumbre, pesadez o que nadie me había dicho que puedo pensar en cosas que se hallan dentro de mi cabeza y que no está directamente relacionadas con el trabajo.
— Podrías emplear las operaciones de búsqueda que haces cuando tienes que resolver una dificultad en tu trabajo, para tratar la dificultad que tenemos entre manos: el dar golpes inoportunos a cosas que no los merecen.
—¿Cómo?, Sócrates, parece muy complicado. Dije.
El maestro hizo un alto, miró sin mirar las lejanas nubes rojizas, como si buscara en su memoria el saber que los años y los dioses habían depositado en ella.
—Mira, te daré una llave que muy pocos tienen. Cuentan los sabios Egipcios que una vez encontré, que Hermes Trismegistos, el Tres veces grande, les había dado la custodia de una fórmula maravillosa. Ellos la llamaban "El principio de correspondencia" que gobierna todo el universo conocido. Este principio dice: "Como arriba es abajo. Como abajo es arriba".
—Cada vez entiendo menos, Sócrates. ¡Explícate, por favor!
—Si quieres aprender, debes ser paciente y estar muy atento. Recuerda que no soy yo el que habla, sino que es el cielo el que lo hace a través de mi boca. Los hombres somos como lechos de ríos por donde baja el agua al mar: somos canal y no agua; nuestra misión es cuidar, no poseer, somos jardineros y no jardín. Y a veces las aguas bajan tan impetuosas, que el mismo lecho no entiende bien qué pasa. Es el pescador el que debe saber pescar y tú eres el pescador aquí... Pero sigamos, no nos desviemos...
—Te decía, el principio de correspondencia nos da la posibilidad de iluminar zonas oscuras, la posibilidad de traducir en palabras lo aún innombrado. La gente, ante el rayo o la muerte, puede decir que son cosas de los dioses, pero aplicando el principio de correspondencia podemos espiar esas cosas y ponerlas en palabras humanas. Para seguir el camino en busca de la felicidad, aunque no las podemos conocer como las conocen los dioses, es suficiente que las conozcamos con los ojos humanos, ya que no somos dioses. Recuerda que en una parte el principio dice "Como arriba es abajo". Ese arriba, es la morada de los dioses, el abajo somos nosotros. El principio es una llave que abre a los humanos el cofre de las cosas de los dioses.
—Lo que me cuentas suena interesante, Sócrates, pero sigo sin entender mucho.
—Para llegar a la felicidad, la operación conveniente es conocerse a uno mismo: "Conócete a ti mismo y conocerás el mundo"; poner en palabras comunes y corrientes esas cosas interiores que se atribuyen a los dioses y que en el fondo lo son, pero nosotros podemos ponerlas en ideas y palabras humanas de todos los días. Ellos las ven de otro modo, nosotros al modo humano y eso es suficiente y lo único posible.
—Dime, ¿Te gusta tu oficio?
—Sí, Sócrates, mucho. Cuando me veo entre maderos, entre sierras y herrajes, me siento como pez en el agua.
—¿Conoces bien tu oficio, verdad?
— Lo conozco bien, sí, Sócrates.
—Bueno, vamos a suponer que estás en el cielo cuando estás trabajando en tu carpintería. ¿Te parece?
— Correcto, me encuentro en el cielo, Sócrates.
—Entonces, intentemos trasladar algunas ideas desde "tu cielo" a "la tierra", oscura y desconocida, que tienes dentro de la cabeza. Llamaremos "tierra" o lo de abajo, según las palabras del principio de correspondencia, a las reacciones de dar golpes innecesarios a tus obras, reacciones que no deseas seguir teniendo, ¿me sigues?
—Si, Sócrates. Tú eres el maestro.
—Piensa y luego dime, ¿habrá existido alguna costumbre en tu oficio que debiste dejar porque te perjudicaba?
—Sí, Sócrates, dejar los maderos verdes al sol. Descubrí que se doblaban y retorcían.
— ¿Y cómo pudiste dejar esa costumbre?
— Al darme cuenta de que perdía valiosas piezas de madera, decidí no dejarlas al sol. Tuve cuidado en dónde las dejaba guardadas hasta que las necesitaba.
—De modo que, ¿anticipaste el resultado de tus acciones y no dejaste más los maderos al sol?
—Eso es, Sócrates.
—Pero para poder anticipar tus acciones y cambiarlas debiste ponerlas en palabras. Debiste decir para tus adentros: "coloco este madero aquí ahora; pero está al sol; he visto que se dobla; entonces debo cambiarla de lugar" o frases parecidas. ¿Cierto?
—Parece que así es, Sócrates. Hablé en silencio conmigo mismo sin darme cuenta.
—Una vez traducidas a palabras, aparecieron como una cadena de acciones hechas, unas luego de otras claramente diferentes. ¿No?
—Así parece.
—Pero para modificar esa cadena de acciones primero debiste modificar las palabras o frases que describían esas acciones. Tú dijiste "estoy colocando los maderos aquí", "no es conveniente", "las pongo en otro lugar" y cosas parecidas. Las modificaciones de tus acciones fueron posibles porque modificaste las frases que representan tus acciones. ¿Lo ves así?
—Lo veo Sócrates.
— Y para poder llegar a modificar esas acciones, primero fue necesario poner las acciones en palabras, ¿cierto?
—Cierto, ya lo dijimos, Sócrates, puse en palabras mis acciones.
—De modo que para modificar una manera de proceder en tu oficio, debiste recurrir a poner en palabras las acciones que querías cambiar. ¿Correcto?
—Parece que es así, Sócrates.
—De lo anterior podemos concluir en esto: si deseamos cambiar algo en nuestro interior, debemos conocerlo primero, conocer la secuencia en que ocurren las cosas y su modo de ser interno. Si las cosas a cambiar proceden de nuestro interior, debemos conocer nuestro interior. ¿Lo ves así?
—Sí, así parece Sócrates.
— ¿Y qué es conocer sino poner en palabras conocidas y usuales, en proporciones de cosas humanas, aquello que pertenece al dominio de los dioses?, ¿Lo entiendes?
—Más o menos, Sócrates.
—Ahora, tomemos tus reacciones de ira, tus golpes a las obras cuando no son necesarios. ¿Qué podríamos hacer para empezar a cambiarlas?
—Según el razonamiento anterior, ponerlas en palabras, conocerlas más de cerca y no sólo sus efectos, Sócrates.
—¡Bien!, Eso es. Ponerlas en palabras. ¿Y cómo pusiste en palabras tus acciones de colocar los maderos verdes al sol?
—Me fijé con cuidado y pude contarme a mí mismo lo que estaba haciendo.
— Lo que hiciste fue poner en palabras lo que antes no estaba así, sino que eran una sucesión de acciones sin mucho pensamiento. ¿Verdad?.
—Sí, Sócrates, así fue.
— Si recordamos el principio de correspondencia, estamos en el "cielo", en el "arriba": tu oficio de carpintero. Ahora vayamos al "abajo", a lo que queremos conocer. Bien, ¿cómo te contarías a vos mismo tus reacciones de dar golpes alocadamente a las obras cuando no salen como tú quieres?
— A ver... me pones en un aprieto, nunca lo intenté...
—Pero sigue los pasos de la vez que lo hiciste con los maderos. Recuerda "Como arriba es abajo. Como abajo es arriba".¡Inténtalo! ¡Dilo en voz alta!
— Veamos... noto que el remo que estoy tallando no se parece al que tenía en mente, veo que el remo se resiste a que lo modifique según mis ideas; noto que busco producir un cierto efecto pero éste no aparece; todo está contra mí; ¡ ya verás lo que es oponerte a mí...! y allí aparecen los golpes. Ahora que lo pienso, varias veces he seguido una secuencia parecida, Sócrates.
—Bien, ¡Muy bien!. Repara en lo que hemos hecho: Hemos enlazado dos costumbres diferentes: tu costumbre de colocar los maderos al sol, el "arriba", con la cólera que aparece cuando las cosas no salen como esperas, el "abajo". Aplicamos la parte del principio que dice: "Como arriba es abajo". Luego supusimos que la segunda situación se puede tratar como la primera, se puede cambiar como la primera. Allí aplicamos la segunda parte del principio de correspondencia: "Como abajo es arriba". Luego procedimos en la segunda costumbre como se procedió en la primera: pusimos en palabras la secuencia de acciones y así llegamos a la posibilidad de erradicar esa costumbre de dar golpes cuando no son necesarios. Sólo queda poner cuidado. ¿Estás de acuerdo?
—Sí, Sócrates, lo estoy.
Ahora, ¿piensas que podrás anticiparte a esta cadena de acciones cuando aparezca la primera contradicción, como lo hiciste con los maderos al sol?.
—Creo que sí, Sócrates, al menos lo intentaré.
—Lo que has hecho es poner en palabras algo que antes no lo estaba. Has iluminado una zona de tu cabeza, que antes suponías dominada por un dios colérico, creando una secuencia de frases. Ahora estás en condiciones de prever la secuencia de acciones que lleva a los golpes no deseados y tienes la capacidad de modificarlas. Con el tiempo, practicando la sustitución de acciones, podrás permanecer tranquilo aunque las cosas salgan mal.
— ¡Realmente sorprendente!, Sócrates, ¡y todo con pensar "Como arriba es abajo. Como abajo es arriba"!, ¿Qué bien... !
— Conócete a ti mismo, esa es la verdadera sabiduría.
Concluyó Sócrates.
La sonrisa bonachona de Sócrates, como siempre, fue el mudo broche de oro a otra batalla ganada por el maestro. La noche ya estaba cerca. Esperamos en silencio que la brisa se llevara el acaloramiento de la conversación y volvimos al poblado por el camino acostumbrado.
THE FREEDOM ROAD: In "Road to Freedom" David Icke gives a keynote lecture reveals many secrets where hidden by those who govern us and manipulate. Among other things, talks about the Freemasons and the Illuminati and its relationship with many of the U.S. Presidents.
En "Camino a la Libertad" David Icke nos ofrece una magistral conferencia donde desvela numerosos secretos ocultos por aquellos que nos gobiernan y manipulan. Entre otras cosas, nos habla sobre la masonería y los iluminatis y su relación con muchos de los presidentes de EE.UU.
Special music for relaxation, meditation and healing.
Special music for relaxation, meditation and healing. Are frequencies that affect the balance and harmony of the body, restoring energy patterns. Among other tunes are Ahu Saglam, Arnica Montana and music with dolphins and whales.
Música especial para relajarse, meditar y sanar. Son frecuencias que inciden en el equilibrio y la armonía del cuerpo, restableciendo los patrones energéticos. Entre otras, se encuentran melodías de Ahu Saglam, Arnica Montana y música con delfines y ballenas.
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